Ensalada de lentejas

Es sabido que una ensalada es cosa fácil de hacer, hasta nuestros pichichos pueden. Ahora, lo difícil es poder limpiar bien todo. No es bobería dejar la mesada sin un rastro de lenteja, ajo, lechuga y menos todavía limpiar la ensaladera sin ensuciar la pileta. Es de corajuda meter la mano en la pileta y sacar las lentejas que tapan el desagote. Y aquí vamos a un tema transcendental en la vida de cualquier ser humana útil: es imposible limpiar sin ensuciar.

Lo que parece cosa tonta quizás no lo es tanto si cuento la historia de Silvita, la tía de un vecino. Era una mujer muy sabia y por eso sabía que había que estar equipada a la hora de limpiar porque siempre se ensucia. La cuestión es que si una ensucia con amor, entonces la mugre es orden. Es así que decidió nunca barrer el piso pero con guante de goma hacer figuras muy graciosas en el piso removiendo con el dedo la tierrita. También descubrió que las miguitas que quedan en el mantel pueden ser alineadas de manera tal que formen ojitos de murciélago. Su casa tenía mugre muy ordenada y limpia.

Un buen día un amigo de este vecino visitó el hogar de la tía Silvia y le dijo algo que soprendió a esta mujer, le dijo que eso que ella hacía era arte. Silvita no dejó de reirse y con el pipí que le chorreaba llenó un florero y se lo dió como souvenir al visitante.

La cuestión es que se hizo "artista" y viajó mucho. En todos los hoteles creaba su orden con la mugre y que luego era vendido por muchos millones en casitas de coleccionistas. Un día quiso visitar estas casitas y cuando vio que el piso era demasiado blanco al igual que las paredes, los muebles y los dientes de los amantes de los coleccionistas le agarró el ataque de limpiar todo. Tanto fue así que con mesntruación enceró los pisos. Los coleccionistas decidieron unánimamente en murmullos no decir palabra hasta que algún periodista dijera algo. Un crítico dijo que había que experimentar el arte y se deslizó por el laguito rojo de Silvita y así lo siguieron los coleccionistas. Uno a uno se iban tropezando y golpeándose la cabeza en el piso de marmol blanco. Luego quedaban en el suelo con la cabeza desangrada y cuando uno se desangraba, otros se tiraban y hacían lo mismo que los anteriores de manera tal que suelo estaba repleto de gente desangrada. Silvita miraba su limpieza feliz: muchas cabezas rotas, sangre y el piso de marmol. Y nunca se sintió tan satisfecha en su vida. Hasta que los desangrados se coviertieron el cadáveres y desprendieron olor, ahí comprendió que debía volver a usar lavandina.

Así fue como solita entre todos los muertos limpió con lavandina el piso de marmol, sin antes ordenar a los muertos: en una pila puso a los peridistas, en otra a los coleccionistas, en otra a los amantes y por último al crítico lo puso como frutillita del postre. Volvió a la limpieza tradicional del limpie-ensucie. Siempre es bueno volver a las viejas costumbres.

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